Columnas

Friday, March 02, 2018

De América soy hijo: a ella me debo


Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
La unidad de las naciones latinoamericanas y caribeñas es muy necesaria, cada vez más, a medida que ganan fuerzas las oligarquías nacionales y el imperialismo yanqui, con su renovada doctrina Monroe.
Ya 1826  se piensa en la unidad, cuando, desde el 22 de junio al 15 de julio, presidida por Simón Bolívar,  efectúa, en Ciudad de Panamá, el Congreso Anfictiónico de Panamá (en recuerdo de la Liga Anfictiónica de Grecia antigua). Fue un encuentro sin la presencia de Estados Unidos al que asistieron Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, Perú, Bolivia, México, Honduras, Nicaragua, y Costa Rica.
La idea de unir a las naciones del continente, con intereses comunes, la América Nuestra como la llama Martí, es hoy más imprescindible que nunca.
Martí siempre dedica pasión y sacrificio para estrechar, en un mismo haz, a  los pueblos del Continente, incluso junto a su Revolución, iniciada el 24 de febrero de 1895, no deja de luchar por ese propósito, pues concibe la integración latinoamericana como parte necesaria y de garantía para la independencia de Cuba.
Uno de los acontecimientos que más lacera al Maestro fue la celebración, en 1889 de la Primera Conferencia Panamericana, donde se exacerbaron los intentos de anexión de Estados Unidos a los países americanos en concordancia con la Doctrina Monroe de 1823, que proclama “América para los americanos”.
En esa ocasión es más palpable la dicotomía entre las dos Américas. Martí se pregunta: “¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo?”.
  Su alerta, publicada el 2 de noviembre,  y que constituye el documento más completo de su ideario antiimperialista, dice: “Sólo una respuesta unánime y viril, para la que todavía hay tiempo, sin riesgo, puede libertar, de una vez, a los pueblos españoles de América de la inquietud y perturbación (…) la política secular y confesa de predominio de un vecino pujante y ambicioso…”.
La fila de árboles para no dejar pasar el Gigante de las Siete Leguas es un requerimiento. Si en “aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo… se reunieron bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos…” como califica Martí a la Primera Conferencia Internacional de Washington, no se defiende  la idea del Libertador de una verdadera unidad continental opuesta al viejo anhelo panamericanista de Blaine,  vivimos momentos cruciales con una Derecha envalentonada y dispuesta a acabar con los procesos revolucionarios.

       Nadie debe obviar que el pensamiento del Maestro de “derribar lo que nos separa, acercar lo que nos distancia, auspiciar lo que nos junte,  porque ¿qué haremos indiferentes, hostiles, desunidos?” es hoy un llamado a la supervivencia, con una total actualidad.
         Sólo el bloque de pueblos americanos pudiera funcionar como contén al propósito  imperial de Estados Unidos de engullirnos,   en momentos que no queda mucho espacio para contrarrestar la avalancha norteña.
       También, es esta oportunidad como el 1889,  “ se verá quienes defienden, con energía y mesura, la independencia de la América, donde está el equilibrio del mundo, o  si hay naciones, por el miedo o el deslumbramiento, o por el hábito de servidumbre o el interés de consentir… mermar con su deserción las fuerzas indispensables para frenar la tentativa de predominio…”
   Queda la interrogante martiana “¿quiénes salvarán el honor de la América?”  Su llamado al combate vuelve a estar latente y con el,  implícito su grito de advertencia y denuncia a una enmascarada intención de unión y más cuando hay tantas amenaza, principalmente para Venezuela.
        Los que secunden la propuesta bolivariana defenderán la posición del Héroe Nacional dada en Venezuela a Fausto Teodoro de Aldrey: “De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América,a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna.”
          









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