Rodobaldo Martínez Pérez
rodo@enet.cu
Considerar el florecimiento de una sociedad por sus
tenencias tecnológicas de última generación, ajenas al grado cultural de sus habitantes es igual que
colocar un celular Motorola en manos de un
Cro-Magnon (cromañón).
Constituye
esa una de las características negativas incurrida por la modernidad,
obviarle el carácter cualitativo al factor humano y, tener como meta exclusiva, pertrecharse de adelantos materiales, porque de
esa manera muchas ciudades llenas de rascacielos se estremecerían aún por los
gritos guturales de sus pobladores, al estilo de civilización versus barbarie.
Por suerte, la construcción de la sociedad cubana no renuncia a la formación de
las personas que en ella intervienen, e
insiste que debe ir parejo al desarrollo
económico, sino se caería en la trampa de un crecimiento guiado por hombres con
“taparrabos” e iletrados morales.
Ya pasó el
tiempo de aquella dicotomía: ¿quién educa la escuela o el hogar? Hay más claridad que lo dejado de hacer por
las familias, difícilmente el maestro pueda recuperarlo, porque son los padres
los primeros en enseñar.
En la casa se aprende de honestidad, de sacrificio,
buen comportamiento, de amor al trabajo, de orden, de limpieza y cortesía, valores que deben de ir antecedidos
por el ejemplo.
La
cotidianidad de hoy requiere de una estructura social sostenida por las
virtudes de los cubanos, con acciones humanizante en cada acto, donde los
buenos hábitos refuerzan la capacidad de juzgar racionalmente.
No
puede subsistirse, cuando se convierte en norma que los hijos irrespeten a los
padres, aplicar la fuerza bruta para solucionar un problema, convivir con los
robos y mantenernos inermes, permitir las negligencias, romper la propiedad
social, ensuciar los parques o la calle, practicar el desacato, hacer caso
omiso a las multas, obviar la ley, incumplir
con los tributos, no cuidar el medio ambiente, la descortesía, en fin, ser un
ente inservible socialmente.
Uno
de los valores de la reunión convocada por la dirección de la provincia, todos
los domingos, radica en su insistencia
de que las familias y la escuela no abandonen su misión de preparar y aporten
ciudadanos correctos, porque las indisciplinas, base de muchos males, nacen por patrones educativos desacertados.
Si
la madre le baja los pantaloncitos al nene, para que orine en plena calle,
cuando él crezca, tal vez no considere impúdico miccionar en cualquier parte,
menos en el baño; si se cría en un
ambiente desordenado, sin buenos hábitos o costumbres, lo menos que le interesa
es tener una apariencia personal adecuada y los lugares donde vive y trabaja
limpios. Son quienes arrojan basura en lugares públicos, hacen escándalos,
vociferan, maltratan e irrespetan. Verdaderos elefantes en una cristalería.
Ya lo registraron los clásicos: “Al
modo de ser sigue el modo de obrar”.
El
bien que todos quieren para su vida, según Aristóteles y Santo Tomás, parte de elegir siempre lo correcto, sin
doblegarse ante la buena o mala suerte, en defensa de su equilibrio interno
emocional y psicológico, porque la realidad misma, no se modifica o deja de ser
solo porque se la niegue o se la afirme. Hay que saber encararla.
Pero, quienes permanezcan al margen de lo legal, sin
practicar las buenas costumbres, con
ceguera de los valores éticos de esta sociedad, tendrá cada vez más
limitaciones por alejarse de la responsabilidad y elegir el libertinaje.
En nuestras manos está la
civilización de la sociedad.
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